jueves, febrero 28, 2008

Los Maluenda



Margarita Maluenda fue mi compañera de curso hasta quinto básico. Trabajaba en el circo, junto con sus padres, tíos, hermanos, etcétera. Para las fiestas de la primavera, había que disfrazarse y ella lucía hermosos trajes: mallas con lentejuelas, medias caladas, zapatillas chicle plateadas. Y montaba números: equilibrio sobre una silla de tres patas, perros y monos amaestrados, rutinas en monociclo. En una de esas fiestas (puede haber sido en tercero o cuarto), yo iba de torero y mi hermana de gitana, Margarita apareció en traje de domadora, con un látigo en la mano, y montada sobre !un elefante! La algarabía era total en el patio de la escuela: todos corrían tras el animal, sobre el cual, a muchos metros de altura, Margarita lucía una peluca afro rubia y mucho maquillaje sobre la cara.


La casa de los Maluenda quedaba a pocas cuadras de la escuela. Un par de veces acompañamos a Margarita para husmear un poco en ese mundo, que ante nosotras parecía cargado de irrealidad y misterio. Sus hermanos, los hermanos Maluenda, aparecían por aquellos días en la televisión, impulsados por el éxito de otros payasos célebres: Chirola, Copucha y Cuchara. Los hermanos Maluenda derivaron en Los Tachuela, unos tonys con trajes a rayas que se daban cachuchazos frente a las cámaras, mientras soltaban unos diálogos dislocados e ingenuos. El Tachuela chico finalizaba siempre sus travesaruas escapándose por entre las piernas del Tachuela grande.


Joaquín Maluenda, el Tachuela grande, representaba para mí, en esos días de escuela, un ícono de libertad. Alto y desgarbado, el joven entraba y salía de la casa a su antojo, con los pies descalzos, como un actor que se pasea tras bambalinas, sin nada que hacer fuera de las pistas. No estudiaba y, lejos de la carpa, no tenía más ocupaciones que salir a la calle a juntarse con amigos y disfrutar del ocio. Al menos eso me parecía.


Muchos años después, lo entrevisté para un documental acerca del circo y la ciudad. Líder del mundo circense, Joaquín Maluenda defendía la máxima que funciona como el motor de este espectáculo de siglos: mientras existan niños, el circo no morirá. Vimos luego los ensayos en la carpa ubicada en San Diego con Santa Isabel: hijos, sobrinos y nietos se sucedían en la repetición de complicadas maromas y acrobacias.


Los Tachuela han recorrido lo mismo América y Europa como una infinidad de pueblos en Chile. En Punitaqui, una calle lleva el nombre de Avenida Hermanos Tachuelas.


A Margarita Maluenda la vi solo un par de veces después de retirarse de la escuela. La última vez, llevaba el pelo rubio y alisado, como una diva de vodevil. No le interesaban ya nuestras anécdotas simples y aniñadas de colegialas. Andaba por rumbos muy lejanos a los nuestros, y yo la imaginé entonces prolongando uno de los números de aquellas fiestas de la privamera en el que, con las piernas cruzadas sobre una alfombra con flecos y vestida con traje de odalisca, simulaba volar por los aires, mientras el locutor pedía aplausos para Sherezade.

jueves, enero 04, 2007

Los buenos versos: Emiliano Zuleta Baquero (1912-2005)

No es fácil encontrar versos tan bien hechos como los del colombiano Emiliano Zuleta. En Chile abundan ejemplos de buenos compositores de versos, de esos que se cantan: Sergio Vera Morales, de Coya, Salvador Pérez Medina, de Chancón, Abel Fuenzalida y Domingo Pontigo, ambos de Melipilla, son algunos. Pero no tenemos acá nada parecido a La gota fría, el único vallenato que “me sé”, con lo poco que conozco de la música y la poesía popular caribeña. Versos sencillos, no fáciles, cantables y bailables, en los que se nos cuenta un duelo, una “piquería”, entre dos decimeros, uno novato –Zuleta- y otro experimentado –Lorenzo Morales-, al estilo de los contrapuntos chilenos entre el patrón y el peón, el diablo y el huaso, etcétera. El duelo entre los dos cantores, que se inició el año 38, con esta canción, duró 9 años.

Acordate Moralito de aquel día
que estuviste en Urumita
y no quisiste hacer parranda.
Te fuiste de mañanita
sería de la misma rabia.
Te fuiste de mañanita
sería de la misma rabia.

En mis notas soy extenso
a mí nadie me corrige.
En mis notas soy extenso
a mí nadie me corrige.
Para tocar con Lorenzo
mañana sábado, día de la Virgen.
Para tocar con Lorenzo
mañana sábado, día de la Virgen.

Me lleva él o me lo llevo yo
pa' que se acabe la vaina.
Me lleva él o me lo llevo yo
pa' que se acabe la vaina.
Ay! Morales a mí no me lleva
porque no me da la gana.
Moralito a mí no me lleva
porque no me da la gana.

Qué cultura, qué cultura va a tener
un indio yumeca como Lorenzo Morales
qué cultura va a tener
si nació en los cardonales
qué cultura va a tener
si nació en los cardonales

Morales mienta mi mama
solamente pa' ofender.
Morales mienta mi mama
solamente pa' ofender.
Para que él también se ofenda
ahora le miento la d' él.
Para que él también se ofenda
ahora le miento la d' él.

Me lleva él o me lo llevo yo
pa' que se acabe la vaina.
Me lleva él o me lo llevo yo
pa' que se acabe la vaina.
Ay! Morales a mí no me lleva
porque no me da la gana.
Moralito a mí no me lleva
porque no me da la gana.

Moralito, Moralito se creía
que el a mí, que él a mí me iba a ganar
y cuando me oyó tocar
le cayó la gota fría,
y cuando me oyó tocar
le cayó la gota fría.
Al cabo 'e la compartía
el tiro le salió mal.
Al cabo 'e la compartía
el tiro le salió mal.

La gota fría registra un contrapunto que echa mano de la ofensa y las sacadas de madre, para rematar con final tan sentencioso que convierte al sujeto de los versos en el vencedor de la partida, sin posibilidad de revancha. A esta canción debe su fama Emiliano Zuleta, el viejo Mile, un hijo de cantores de los llanos, que creció escuchando coplas con ritmo de merengue (“Para la gallina, el mai / pa los pollos, el arroz / para las viejas, los viejos / para las muchachas, yo”) y se hizo acordeonero (una categoría equivalente a los guitarroneros de acá) con una acordeón robada a uno de sus tíos, de lo cual se disculpó naturalmente componiendo un merengue: “Le vivo rogando a Dios / que me perdone mi tío / por culpa de un acordeón / que yo me llevé escondío”.

Emiliano Zuleta comenta así la génesis de La gota fría: “Resulta que yo en las parrandas desde que me inicié era muy voluntarioso, porque a mí me gustaba mucho el traguito y la única forma de ganármelo, era tocando o haciendo cualquier cosa que diera mérito. Así, aprendí a tocar guacharaca, caja, bombo y redoblante. Pero después, de brinco en brinco, yo fui haciendo mis pinitos para tocar el acordeón y cada vez que me tropezaba con un acordeón, yo le sacaba mis notas con mucho fundamerto. Esto hizo que un grupo de amigos del Plan hicieran una colecta para juntar la plata y compráme mi primer acordeón. Me dieron once pesos y me mandaron con dos amigos a Valledupar para que comprara un ‘acordeón tornillo e’ máquina’ que había llegao a la tienda de Jacobo Luqué. Como la carretera era mala nos tocó salir por la Jagua y atravesar por la región de las Raices, Martín Ramo, Guacochito y Guacoche. Resulta que pasando por Guacoche, sentimos una parranda; le dije a los compañeros, vamos a arrimar a esta parranda que me ha llamao la atención. Y llegamos allá. Estaba tocando Lorenzo Morales, en un acordeón ‘Tornillo e’ máquina’... Nuevecita el acordeón... yo me paré ahí, con los compañeros de travesía, pero como nadie me conocía, me entró una inconformidá. Claro que yo me venía tomando unos traguitos y estaba que me tocaba, pero me daba pena, repito, porque no conocía a nadie y no quería ser un fantasioso de presentarme yo mismo. De tal manera que no me quedó otro remedio que acercarme a uno de los dueños de la parranda y le dije: “Oiga, yo también toco mis cositas en el acordeón y me gustaria tocá el acordeón que está cocando ese músico. Cómo llaman ese músico? El me dijo, llaman Lorenzo Morales’. “Entonces el amigo ocasional volvió y me dijo, usted sabe tocá, yo le respondí: No, estoy aprendiendo, pero que vá. Yo en mi interior después de oírlo tocar a él (a Morales) yo me decía, en este acordeón nuevo, yo tengo que tocá más que este hombre. Y se cumplieron mis deseos, conseguí que ese señor me prestara el acordeón de Lorenzo Morales y comencé a tocá. Recuerdo que toqué dos piezas. Eso sí, bien tocadas. Ah... le eché uno que otro verso a Moralito. De pronto callé el instrumento. Ahora viene lo bueno. Antes se usaba que el primer trago se servía para el acordeonero, el segundo para el cajero y el tercero para el guacharaquero. Cuando yo cerré el acordeón; se creía que ese trago era para mi compadre Lorenzo Morales por ser el dueño del acordeón y resulta que me lo dieron a mí. Eso llenó de celos a Morales y ahí nació la contienda de unos versos contra otro. Esa piquería se inició en el 38. Duró unos nueve años y creo que hicimos unas 40 canciones cada uno”.

Lorenzo Morales respondió cuanto pudo a Zuleta, pero ninguna de sus composiciones alcanzó la popularidad de La gota fría. Es como si los versos tuvieran una camisa de fuerza, como se ve en este fragmento.

La Carta

Le mandé a decí a Emiliano Zuleta
que para los carnavales me espere,
que quiere tocar las teclas conmigo
y así como yo le digo él no puede.

Emiliano está inocente, compadre,
que ya Moralito vino a su tierra;
está en una carta escrita en el Valle
pa' mandásela a Emiliano a la sierra.

Si Emilianito supiera, compadre,
la rutina de Lorenzo Miguel,
no saldría más a la calle
y tampoco se metiera con él.

Cuenta la leyenda que La gota fría se hizo popular en 1969, en el senado colombiano, cuando el ministro de relaciones exteriores utilizó los versos de la canción para retar a un senador. La canción, que recoge el habla suelta del propio Zuleta, encerraba un misterio, una imagen enigmática: caerle a alguien la gota fría es caerle la desgracia. La frase era de su madre y formaba parte de un consejo: hay que cuidarse de la gota fría, vale decir, hay que cuidarse de la cárcel. Los pobres pillos, los ladrones, eran sometidos a la tortura de tener que permanecer de pie, inmóviles, bajo una gota de agua que caía permanentemente en medio de sus cabezas, día y noche.

lunes, noviembre 13, 2006

A propósito de Diecinueve, “Poetas a la deriva” y Tomás Harris

La insidia no deja de dar la tónica al panorama de la poesía chilena. Y Tomás Harris no quiere quedar fuera de escena. Desde su poltrona en la Biblioteca Nacional desempolva su altavoz de tanto en tanto para salir a la calle (supongamos que el teléfono o el e-mail pueden ser una alegoría de la calle), para protestar, sobre seguro y sin ensuciarse los zapatos, en contra de los poetas de los noventa y los novísimos, de quienes poco o nada ha leído.
Harris es un juez mezquino y lleno de prejuicios. Y su horripilante mezquindad lo ha puesto furioso con la publicación de Cantares y, ahora, con la aparición de Diecinueve, dos antologías, ya se ve, controvertidas. Desacredita a la académica Francisca Lange (a quien por alguna razón extraña llama Patricia), acusándola de tener un escaso curriculum en estas lides, lo cual deja en claro su desconocimiento también en materia de crítica literaria académica.
Tomás Harris quisiera dirigir él mismo todas las antologías poéticas que se hacen en este país. Y no se crea que los poetas sin influencias desconocemos su escaso sentido del decoro y de la justicia. Nadie olvida la canallada cometida en contra de Omar Lara, entre otros. ¿También sindicará a Lara como poeta burgués? Y hablando de poetas como Harris, ¿hay algo menos burgués que contar con un cómodo sillón en un escritorio que protege su “secreto profesional” y un ingreso garantizado por las instituciones, esas que funcionan solas, como reza el eslogan que todos conocemos?
Ah, pero qué bien sabemos los que no vivimos de las instituciones que la vida acá afuera es un descampado hostil, en el que las publicaciones se consiguen realizar a fuerza de mucha voluntad y convicción, ¿para que lleguen a las manos de Harris? Claro que no; para que lleguen a quienes puedan hacerse de ellas, hasta donde alcance el impulso, ojalá lejos, como han llegado los poemarios de Javier Bello y de Andrés Anwandter, por ejemplo.
Las discusiones en torno a las antologías pueden ser muy saludables. Discutir, en este caso, acerca de Diecinueve equivaldría a conocer muy bien la obra de los poetas de los noventa y analizar el criterio con que Francisca Lange realizó su selección; una selección que, no olvidemos, recopila poemas de autores que en promedio tienen algo más de treinta años y, por ello, están escribiendo ahora mismo, sacándole punta a futuras publicaciones, ensayando nuevos registros o repitiéndose, aún no lo sabemos. Por otro lado, sería bueno poner entre paréntesis la crítica sociológica que recurre a etiquetas para calificar un grupo de poéticas distintas, a veces absolutamente opuestas, como introvertidas, replegadas o burguesas. No obstante, la crítica sociológica podría volverse seria si recogiera las palabras de pensadores como Edward Said acerca de las diversas formas en que los procesos políticos afectan a la literatura. El panfleto es una de esas formas, no la única.
¿Y qué hay de las exigencias rupturistas? ¿Es lícito romper con todo en un poema mientras se profita de fondos estatales para financiar la alharaca estética? Mejor que eso es rehuir el cinismo, trabajar como la mayoría de las personas de este país, padecer la cesantía, cuando se da el caso, acometer actos de justicia, sobre todo fuera del papel, celebrar la buena poesía de los compañeros y compañeras de oficio, escribir, con honestidad y sin aspavientos. Es lo que hago. Y, sí, como ocurre con tantos otros poetas de los noventa, han recogido algo de mi poesía en publicaciones españolas, argentinas y colombianas, me están traduciendo en USA y Marilyn Chin y José Kozer me han regalado cumplidos. ¿Por qué? Porque los que de verdad valoramos la poesía solemos ser generosos y no tememos que un poema nos cubra con su sombra. Al contrario, la disfrutamos.
Harris no es una voz autorizada para hablar de los poetas de los noventa. No nos lee, a su cubículo no llegan nuestros libros, muchos de ellos autoeditados, no mantiene vínculos con nosotros, no sabe en qué va la copiosa escritura de Adán Méndez, de Kurt Folch, de Alejandra del Río, de Alejandro Zambra, etcétera. Harris no es Zurita, no es Hernán Miranda, no es Pepe Cuevas. Es Harris, la Nelly Olson de la pequeña casita en la pradera de la poesía chilena.

jueves, agosto 24, 2006

Bonsai


Leí hace un tiempo Bonsai, de Alejandro Zambra. Quería escribir algo acerca de este libro, que tanta polvareda ha levantado entre algunos escritores santiaguinos. Las razones del "desasosiego" son diversas, y ninguna atendible:
1. Alejandro es poeta y se metió a escribir novelas. Para algunos, ser "poeta" es lo contrario de ser "narrador". Rara cosa.
2. El libro fue editado por Anagrama: !El libro de un debutante, en un país en que hay narradores de carrera! ¿Por qué Anagrama no publicó a otros, a los que por turno les habría correspondido?
3. El libro es muy breve para ser una novela!!!

Bonsai es un libro bellísimo, contenido, armado a partir de los frágiles fragmentos que podemos asir de la realidad. En Bonsai, como en la vida, el tiempo es una resta vertiginosa que va dejando a su paso retazos de algo, de aquello que nos consume, y que se lleva consigo momentos, largos momentos que parecían eternos, y los sumerge en un mar lejano, parecido al de los sueños. La novela comienza justamente con la enunciación de la resta del tiempo: Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura. El resto: el lector ve emerger ante sus ojos imágenes rescatadas de una secuencia temporal que se extingue.
"Es una historia de amor", me contó un amigo que leyó primero la novela. Nada más simple que una historia de amor, y nada menos pretencioso. Alejandro podría haber recurrido a fórmulas narrativas previsibles; podría haber dispuesto un escenario con todos sus detalles, ataviar a sus personajes con características, oficios y formas de actuar excéntricas, podría haber creado situaciones al límite de la verosimilitud. Sin embargo, se quedó más acá, para hablarnos simplemente de lo escuetas que son las historias cuando terminan.
Al leer Bonsai, recordé el símil que hace Pasolini entre la vida y las películas: la única diferencia entre ambas, decía Pasolini, es que la vida, mientras continuamos viviendo, no está aún editada. La muerte es a la vida lo que la edición es a la película. Es en el momento de la muerte en el que se produce el verdadero montaje: se seleccionan las escenas y se acoplan, para darles sentido. Julio, el protagonista, encuentra el sentido de la historia de Julio y Emilia cuando llega la muerte. Es por eso que la novela comienza con aquella frase.
Alejandro Zambra ha entregado una novela que conmueve por lo que comunica tanto por la forma en que lo hace. Es una narración perfectamente ensamblada y bien escrita, algo difícil de encontrar en la narrativa local. Ese podría ser una nuevo motivo de envidia para algunos, si lograran darse cuenta de lo mal escritos de muchos textos narrativos que circulan por ahí.

miércoles, febrero 22, 2006


jueves, febrero 02, 2006

Crónicas colombianas

Hace más de un mes estuve en Colombia. Y aún no he escrito nada al respecto. Cuesta recuperarse de viajes así. Cuesta decir algo después de ese torbellino de voces, colores, música, olores, sabores... los sentidos se alocan y es difícil volverlos a situar en una medianía saludable. Ahora que miro el gris de una playa cercana a la zona central (nuestras playas son, la mayoría de las veces, grises y frías), recuerdo paisajes rebosantes de tonalidades bajo un sol intenso. En esos paisajes, la historia se ha encargado de montar un escenario atiborrado de grandes triunfos humanos y penosas zozobras, y esto es así aún, porque el día a día de los colombianos tiene mucho de gestas descomunales sobre la naturaleza, pero también de muerte cotidiana. En la región del Cauca, los negritud ha dotado de belleza a sus habitantes, una belleza coherente con el verde de los cafetales y los platanales y que, alentados por el aguardiente de caña, desatan al ritmo de los bailes caribeños.
Cali es una ciudad de contrastes, de ricos cafeteros y de negros pobres llegados desde regiones sin futuro en el Océano Pacífico; es la ciudad en la que se celebran fastuosos desfiles de hacendados a caballo y es también la ciudad donde se inician romances al ritmo de la salsa, en discos ruidosas y repletas de bailarines. Según me contaron, hace un tiempo Juanchito, un pueblito cercano lleno de salsotecas, era el escenario de tiroteos y riñas entre mafiosos de la coca; hoy, se puede bailar allí toda la noche, después de haber iniciado la fiesta a bordo de una chiva, una especie de micro sin ventanas, acondicionada para el carrete ambulante. Precisamente, a bordo de una de esas chivas tuve la oportunidad de conocer la sensualidad espontánea que rebosan al bailar los caleños.
A tres horas de Cali, cercano a Manizales, queda la región de Quindío, y en ella el Parque del Café. La visita incluye, sin más, tormentas tropicales; al menos esta visita incluía una que se desató repentinamente, dejando a todo el mundo empapado de pies a cabeza. Cuando terminó, el calor hizo lo suyo y pronto uno estaba completamente seco, y a seguir con la fiesta...
Los caleños hablan sin parar, celebran cada broma, son amables hasta la exasperación y son, cosa rara, extremadamente formales. Lógicamente, esta chilena poco expresiva, callada y poco sociable dio la impresión de disgusto, enojo, aburrimiento e inspiró incluso temor en más de alguno. Aunque solo estuviera coleccionando imágenes y sensaciones...
En Cali se quedaron amarrados momentos realmente memorables del 2005. ¿El motivo de la visita? Una convención de trabajo. Resulta que trabajo en una empresa colombiana y resulta que, no lo habría sospechado, tengo colegas que son de lugares tan exóticos al oído como Barranquilla, Santa Marta, Cartagena, Montería, Palmira, Medellín, etcétera, etcétera.
Un saludo, entonces, si acaso tienen la oportunidad de leer esto, a Carmen, Alfonso, Armando, Marcelo, Julián, Sandra, Ricardo, María Inés, y a todos aquellos de cuyos nombres no consigo acordarme.

jueves, enero 19, 2006

Yo te busco



Yo te busco
sobre las estacas de una playa
salvaje y crepuscular
donde los niños juegan
a ser dioses con sus
pequeños perros dorados.
En la leche de este mar
estaba escrito tu nombre?
Leo signos sobre olas
candentes: me asilo en rocas
para tocar el agua, la sal
–un cerco virtual de irrealidad–
hasta que se agosta el sol
y los niños se marchan
y marcha el horizonte
con su pátina anaranjada
entonces
entonces me visita
tu preciosa mirada
con paisaje nocturno de sur.

lunes, enero 09, 2006

Un gran poeta llamado Hernán Miranda


Adán Méndez dice que la poesía de Hernán Miranda deja un espacio pequeño y complicado para hablar de ella. Lo dice en el prólogo de Bar abierto, la maravillosa antología que acaba de publicar a través de sus Ediciones Tácitas. Un espacio pequeño y complicado para hablar de esta poesía... Me parece exacto, tal vez porque justamente lo que ocurre con la escritura de Hernán Miranda es que se mueve por las vastedades de la experiencia y sus abstracciones sin ningún alarde, asumiendo con naturalidad lo que para otros poetas podrían llegar a ser complejos saltos de registros, de voces, de perspectivas, etcétera, etcétera.
Conocí a Hernán en un momento en el que ambos coincidimos en la sección suplementos del diario La Tercera, en el año 98 o 99. Nos sentábamos exactamente uno junto al otro, frente a los computadores dispuestos sobre una larga cubierta que hacía las veces de escritorio colectivo. No tenía idea quién era mi colega más allá de ese espacio, y eso siguió así durante varios días, hasta que él se atrevió a pasar del saludo a las breves conversaciones que el ejercicio del periodismo permite, en medio del tráfago diario del diario -que es el medio que yo conozco. Supe de ese modo que mi colega era también poeta, viajado, premiado, complicado a veces por los acontecimientos de la vida práctica, satisfecho, en parte, anhelante... un joven poeta, simpático y buen conversador.
Al menos tres veces hemos coincidido con Hernán en la recepción del Consejo del Libro, formularios en mano, dispuestos a someternos una vez más al arbitrio de quienes deciden sobre las becas de creación para poetas con proyectos en mente, es decir, casi todos los poetas de Chile. En tales ocasiones, conversamos, por supuesto. Él es un buen conversador y yo una interesada escucha. Otro par de veces nos hemos topado en presentaciones de libros o en la calle. De pronto hemos hablado y de pronto no nos hemos sino saludado con un gesto de mano.
Creo que le regalé Islas Flotantes a Hernán, cuando estábamos en el diario. No sé si lo habrá leído. No sé qué opina de mí; no sé si guarda alguna imagen de cuando nos conocimos.
Adán Méndez dice no recordar a otro poeta-periodista aparte de Hernán Miranda y agrega que no le parece un hecho mudo esa aparente soledad. Yo, por mi parte, digo que no conozco a otro periodista con el que pueda conversar de poesía y achicar así el mundo, con un cerco de complicidad.

TODO ENCAJA EN TODO ARMONIOSAMENTE
Hernán Miranda

El macho encaja en la hembra y la hembra en el macho
tal como el cuchillo encaja en los labios de la herida sangrante
y el árbol de corteza arrugada en el paisaje que lo rodea.
Cada palabra encaja como un rompecabezas dentro de lo conversado
así como una mirada encaja entre otras miradas
o la columna atacante en el espacio del enemigo
que se repliega a duras penas.

El extremo oriental del Brasil encaja en la costa occidental de África
y el cuerpo del atormentado en el instrumento que lo lacera
la mano del ladrón con su presa.

El vuelo de un pájaro y la caída de un pájaro encajan
y el fusilado en las balas que lo perforan
y el niño en su madre
y una boca que besa en otra boca que devuelve el beso.
La línea quebrada de las montañas encaja en la línea quebrada
del cielo que hay sobre las montañas.
El río encaja en su cauce
el mar en su lecho cóncavo
y en su cuenca el ojo lloroso y la llave en la cerradura.

Todo encaja con todo
y no parece tarea fácil desligarse de este designio.
Cómo separar al muerto de su ataúd
o la partida del viajero de su regreso.
Todo se relaciona con todo
y hasta el que se esconde en una isla solitaria
encaja como un alfiler en la solapa del olvido.
Cada cosa se disuelve dentro de otra
y hasta "el camino de subida es el mismo camino de bajada".

Al poema le es dado envolverlo todo,
evidenciar las relaciones que hacen posible
la armonía del caos.

jueves, diciembre 15, 2005

Celebracion

Aquí se está bien, se siente
el impúdico aleteo de la sangre.
No hace falta más, no duele
el sueño ajeno al sueño.
Se está mejor si se tumban
dentro del cuarto, tierno vaho
de la respiración, calor de ocio
lenta marcha de una aparición
ferviente dulce.
Se celebra así
y se teje un puente distante hacia
la velocidad, se aquieta
el hambre de ser, de parecer
de haber servido
a las sombras y haber amansado
en el aire un potro corpuscular.
Se ha escrito, se ha
dulcemente cogido un puñado
para adobar
un hilo de voz.

jueves, noviembre 24, 2005

El diamante de la noche



Me preguntan qué haré
Si cruzaré a nado
Este secreto río
–Con él se escurre
El diamante de la noche–
Si lavaré en él mi ropa
Y me tenderé luego
Sobre la hierba
A sopesar el tono
De la tarde
Sobre mi edad.

No digo que sí:
Mi ola está desnuda
No voy adiamantada
No hay
Belleza sino restos
De antiguas miradas
Estancadas
En un paisaje
Que vibra en la distancia
Como una isla.
Sobre mis hombros
El sol aparenta
Un juego sexual
Más o menos ardiente.
Me canso.

Me preguntan qué haré
No me escuchan
Me deformo en el agua
Me hago sombra
No hay río y si lo hay
Nada puedo pescar
Ni atrapar
Sin embargo
Algo me ama
Tan intesamente
Que me moja
Su cauce circular.

martes, noviembre 22, 2005

Idilio muerto


César Vallejo

Qué estará haciendo esta hora
mi andina y dulce Rita de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio,
y que dormita la sangre,
como flojo cognac, dentro de mi.

Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita las ganas de vivir.

Qué será de su falda de franela; de sus afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.

Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: "¡Qué frío hay... Jesús!"
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.

miércoles, noviembre 16, 2005

Insomnio

Es de noche y no duermo.
Alrededor de la casa
deambulan pequeños seres blandos
heridos
oprimidos por una soga
un algo que los tira
hombres tempranamente
crispados de escozor
mujeres oscuras en su tristeza.

El día me atrapa con su voces
el día se prolonga
con su floración de gritos
ese dolor hallado…
No duermo
las cosas resplandecen de nada
el cuarto se llena de lámparas
algo me reclama, algo
me pide amor, qué locura.

No se augura templanza
–lánguida paz soporífera–
para esta conciencia que da
vueltas y vueltas y vueltas
en la cama. Se degusta
el veneno atroz de la hora
en cuentagotas, a sorbos.
Quién podría dormir luego.
Si pidieras, ¿lo harías por ellos,
por sus días por venir?
¿lo harías por tu noche
que gira como un trompo?
Sea lo que fuere que respondas
dirán: tú poesía miente.

La noche indócil
distribuye sus escenas.

viernes, noviembre 04, 2005

Busco alli, aqui

¿Busco hacia el sur
llamándote amor simplemente amor
cercada por la miel de esta
hora exacta?
En cinco años
la infinita vida
puede ser
es y a menudo
se siente
como una mancha
de sudor
sobre la espalda
hasta que un segundo
una gasa de tiempo
absorve la sal
y la vida reciente
se pone en marcha
desde un andén
o un concepto de lo que
un deseo de ir
sin más la vida
por completo ávida
de ti de mí
para su tránsito
hacia un océano
donde el porvenir
define sus jugadas
y armarme de valor
y seguirte
adonde tu cuerpo
se aventure a llegar

jueves, noviembre 03, 2005

Coplas esdrújulas

Una copla anti–romántica
Para un hombre muy atlético
Dedico en tono patético
Con mi voz almibarástica.

Al que cultiva sus músculos
Con fines mas bien pacíficos
Le reconozco el buen físico
componiéndole un opúsculo.

Toma esta copla galáctica
Adonis de talla erótica
Que con mirada estrambótica
Me hechizas hasta las lágrimas.

Por probar tu buena estética
Me convirtiera en adúltera
Aunque me cueste una úlcera
Esta pasión energética.

De tus lugares indómitos
quiero un estudio geográfico
voy describiendo tus gráficos
de lo lejano a lo próximo.

DESPEDIDA

Y ya que me place tu atráctivo
Vente conmigo a las mátitas
Que voy a hacerte un caríñito
De la cabeza a las pátitas.

viernes, octubre 28, 2005

Dias asi

Días así: no te conozco
casi no te conozco,
subo por calles
de una ciudad nueva
pero cuesta abajo
como si anduviera
de cabeza
como mi propia sombra
breve y en piquero
hacia las aguas
de la confusión.


Quería un vaso de agua
pero no quería sed
ni manos enguantadas
que cogieran el tallo
espinoso de una maldita flor
de pétalos sedosos
ni nada, nada
nada en toda esta ciudad
que no me da sí
sino hielo
y un viento fuerte
que revuelve los sentidos
hasta la saciedad.


Uno puede comenzar
a amar en días así
–cosa terrible–
e incubar con ello
un monumental dolor
de cabeza
para llevar a casa.
Y desear luego la presencia
de quien se retira de esa bruma
como si nada
–ojos, labios, sombrero
de siete copas
para espantar al sol–
y en otro escenario
piensa después en cosas
en cuántas cosas
pero no en ti.

miércoles, octubre 26, 2005

Brindo, dijo un guachuchero

El verbo brindar tiene en Chile al menos dos significados. Uno es el que llevamos a la práctica –algunos más seguido que otros– alzando nuestra copa y diciendo “!Salud!”. Los menos tímidos son capaces de lanzar un discursillo en honor del festejado o de los presentes, aunque la mayoría de las veces el agregado es simple: “Por la guagua”, “Por los novios”, “Por mi compadre”, etcétera. El otro acto de brindar consiste en arar el aire con una composición poética llamada brindis, una estrofa recitada que surgió en las ramadas campesinas y urbanas hace más de cien años y que, como muchas de las aficiones del pueblo, hoy goza de perfecta salud.
Es natural que el brindador sea también un buen tomador. De los antiguos –fines del siglo XIX- José Hipólito Casas Cordero parece haber sido el campeón, a juzgar por la gran cantidad de brindis que compuso. Como muchos de sus contemporáneos, es probable que haya sido un “guachuchero”, alguien que solía tomar guachucho, el aguardiente menos buena que se producía por estos lares.
Los brindis son miniaturas, casi siempre humorísticas; son décimas en las que se prueba el ingenio y la inventiva y que, razonablemente, deberían terminar con un certero remate. Sus autores tienen nombre y apellido, pero ocurre frecuentemente que los buenos versos calan rápido en la memoria y es común oírlos de boca de “repetidores”, a través de los cuales la autoría se desvanece, mientras el verso más se afama. A continuación, unas cuantas muestras actuales de este género. Unas van con rúbrica; otras sin ella, como verdaderos frutos del eco popular.

Brindo, dijo un pirquinero,
Por la pala y la picota;
Voy a brindar por mis botas
Y el serrucho maderero.
Brindo por mi compañero,
Por el apir y contrata;
Brindo por la moza ingrata
Que me niega su querer
Y brindo por mi mujer,
Porque me hace humear la
plata.
(Hugo González, El Pichilemino)

Yo brindo, dijo una bruja,
Por mi escoba y mi sombrero,
Por pájaros mal agüeros,
Por mi ollita y sus burbujas.
Y por el amor que embruja
Por sobre cualquier hechizo,
Yo brindo, con su permiso,
Por mi libro de pociones
Con el que invoco pasiones
Con un brujo que me quiso.
(Juan Araya, Rancagua)

Brindo, dijo un cochayuyo,
Peleando con un lenguado;
Soy mucho más cotizado,
Le decía con orgullo.
Por el feo cuerpo tuyo
Los pitucos y los lesos
Gastan muchísimos pesos
Y por mí no dan ni cobre,
Pero alimento a los pobres
Y valgo harto más por eso.
(Santiago Varas, Pichilemu)

Brindo, dijo un rayuelero,
Por mi lienza afortuná:
Tirando quemás pasás
Voy con mis tejos certero.
Con ellos soy el primero
Y en las canchas se comenta,
Si un partido se presenta
Amigos, yo les adjunto:
Si a mi negra pillo al punto
Me con que le echo el
cuarenta.
(Salvador Pérez, Chancón)

Brindo, dijo un forrajero
Por mis manos y mi horqueta
Alimentar es mi meta
A todo el ganado overo
Mi trabajo con esmero
Día a día lo practico
Y jamás nunca me achico
Porque tengo la ventaja
Que si me falta la paja
Yo mismo me la fabrico.

Brindo, dijo el poroto
a una hermosa pantruca
para las viejas pitucas
yo soy comida de rotos,
y forman este alboroto
porque consideran feo
que les provoque deseos
que se les afloje el aire
como decía mi paire
tanta bulla por un peo.

Brindo, dijo un cicatero
apretao pa comer
yo no tengo ni mujer
gastar mi plata no quiero
como ambiciono el dinero
de memoria juego al loto
me alimento con porotos
que son más baratos, creo
y jamás me tiro un peo
para no gastar el poto.


Unas breves notas sobre los autores que citamos: Juan Araya Jaramillo, oriundo de Curicó, avencidado en Rancagua, tocador de guitarra traspuesta y guitarrón chileno de 25 cuerdas; Hugo González Urzúa, se hizo conocido a nivel nacional como “El pichilemino”; Salvador Pérez Medina, “Salvita”, poeta, cantor y payador de Chancón, al interior de Rancagua, tocador de guitarra, guitarrón y acordeón; Santiago Varas, poeta y cantor rancagüino, hábil compositor de la décima redoblada, el ovillejo y la décima de coleo.

lunes, octubre 17, 2005

MI CORAZON ENTERRADO

En arenales
en campos sembrados de hortigas
en el cemento hollado de minerales
en cuanta riqueza, que con su paciencia
diurna se desangra
oh, madre, de sagrada medicina
bajo las capas geológicas del dolor
en todos los pozos del mundo
allí, madre,
late mi corazón enterrado.

viernes, octubre 14, 2005

Desembarco de dias que se suman a otros dias

Desambarco de días que se suman a otros días,
el navío extiende sus velas
y tú sostienes el aire con pilares de tiempo.

El navío sin provisiones ancla en tus manos:
ayer es otro día, ayer es menos,
una curva zigzagueante de idas y venidas
entre tu cuerpo y las abstracciones,
más lejos aún de la tersa enredadera
del pensamiento que
con paso de equilibrista
logra exacerbar un momento
y detenerlo,
como se atrapa el viento que discurre
cargado de frases sonoras.

Conserva hoy lo que dijiste ayer,
-apártanos de las omisiones, tiempo bendito-
y el día será un suave desborde
de buques que perduran en los escaparates
del sueño, y en la vigilia migran
hacia días venideros, con la paciente actitud
de un paisaje marino o una sombra.

No hemos hecho otra cosa que comparecer
ante el instante universal que se replica:
a cada momento que huye le sigue otro momento
a cada nombre que digo le aparecen nombres nuevos.
Aplacas el fuego, duplicas el aire
como una llamarada incesante.
Escribo palabras que permanecen intactas,
son insectos que suben
la sinuosa escalera del mañana.

La enemistad no nos impidió amar.
El paso del tiempo no nos impedirá amar.

jueves, octubre 06, 2005

Los grillos y el diablo

1. Quería escribir algo acerca del diablo. En eso estaba cuando vi un grillo que cruzaba el pasillo, cosa nunca vista en este edificio tan “moderno”. Dije en voz alta: “Ahí va un grillo. No lo maten, que trae mala suerte”. Alboroto momentáneo en la oficina. ¿Por qué trae mala suerte?, me preguntan mis colegas. La verdad es que no tengo idea, y lo más divertido es que no sé cómo ni por qué salió esa frase de mi boca. El grillo continuó su camino y se perdió bajo unos muebles. Concluyo que si pedí que no mataran al grillo, para no tentar a la mala suerte, no era yo la que hablaba, sino mi abuela y mi bisabuela, y de ahí para arriba.
Recordé, después, una escena relatada por mi padre: él, adolescente aún, “yacía” cerca de unas matas con una niña, en pleno campo, bajo un cielo estrellado, mientras los grillos cantaban y cantaban, incansables. Se dice que el grillo es símbolo de amor irresoluto e inconstante y también de inteligencia. Mi padre, por lo que cuentan quienes lo conocen de joven, se relaciona, en más de un sentido, con lo que representan esos bichitos cantores.
2. En Alhué, que en mapudungún significa, más o menos, lugar de fantasmas, dicen que habita el diablo, según diversas y conocidas leyendas de la zona. El diablo es un amante burlador que seduce, o simplemente viola, a las niñas, sin hacerlas perder su virginidad. Hace un tiempo leí “Los amores del diablo en Alhué” un libro de Abel Rosales que apareció en la década del 30 y que fue reeditado años atrás. En ese libro se reproduce la historia de unas vírgenes violadas. El amante es un señor de capa y sombrero negro que oculta su cara.
La imagen del diablo como amante supongo que es una cosa muy antigua en el imaginario popular. En algunos relatos su figura adquiere rasgos de humanidad, ya que no solo es amante, sino que también esposo, y, en consencuencia, el diablo convive con su señora diabla. Ambos pueden, incluso, formar una familia y, entonces, la escena se completa con un número indefinido de diablitos, como puede leerse en alguna recopilación de cuentos de Ramón Lalval.
A raíz del entusiasmo que generaron en mí estas sucesivas lecturas surgió la letra de esta cueca, con préstamos del lenguaje de Roberto Parra, un viejo diablo.

EL DIABLO LACHO

El diablo andaba de lacho
con una diabla colorada.
No imaginaba el coludo
que ella era carta marcada.

Pillaron a don Sata
en adulterio.
Lo corrieron a balas
entre los cerros.

Entre los cerros, mi alma,
el patas negras
arrancó con la cola
entre las piernas.

Le quebraron los cachos
al diablo lacho.

martes, octubre 04, 2005

A la luz del invierno

Este es el título de uno de los libros publicados por el poeta suizo Philippe Jaccottet. Es un título sugerente, sin contar que el libro es muy bueno. Me quedó dando vueltas. Lo relaciono con otro verso de él: "¿Valía la pena ser semejantes a la luz si no podemos servir de bálsamo cuando el instrumento del dolor penetra a una cierta profundidad?".
"A la luz del invierno" me sirvió para describir la atmósfera de un poema que estaba escribiendo. Y ahora definitivamente lo voy a usar como título. Gracias a Jaccottet me alivia también la idea del corazón que no busca posesión ni victoria.



1
Un secreto nos une:
a la luz del invierno
---–dicho otra vez
contra el curso
de este río transparente–
una frase se enreda
en los ojos abiertos,
para no hablar así
de algo importante
sino de cosas
que luego olvidamos,
y su revés y su fondo
–lo que en ese tiempo
recogimos al tacto–,
una especie de felicidad
con que segar el aire
emborrachados
con el alcohol liviano
del amanecer
a la luz del invierno...

No vuelvo a repetirlo.



2
Demasiado torpe
e ignorante,
y ahora este río
no tiene
sobre qué avanzar,
como una sombra
se agita
entre la maleza
y los insectos
nocturnos, allá
en el fondo: frías
regiones de lucidez.




3
Hasta el leve pulso
de una nota musical
desde el oleaje del cuerpo
–embestida fatal–
en la ribera que baña,
sin flores ni postales,
y el espacio delante de él,
los ojos puestos
a entibiar –otra nota musical–
bajo el sol del invierno
y el goce de este
pensamiento
a pesar de la duda.



4
Un poco de tinta
se cuela en las redes
de la luz, y acerca
de un falso dolor
se levanta, como un humus
profundo, una queja
que armoniza
con las pobres hierbas
del jardín, una víctima
que desconoce
–siendo paciente–
la razón exacta
de lo que se destruye
después de recordarlo.



5
Con poco tesón
soportar el peso
de lo que imaginé:
una balsa
contra el curso
de este río transparente
–nada tan fácil
como esta fragilidad–
en un paisaje de tenues
resplandores
para avistar,
como si todo no fuera
más que un delicado juego,
un par de ojos, dos
piedras arrojadas
contra el tiempo,
la levedad, en fin,
de un deseo
no domesticado.

Así, entonces,
ya no quedan fuerzas
para discernir
al uno frente al otro
y hasta la nieve se consume
con sus trazos azules
como si fuera
una llamarada
bajo un humo penitente.

Y razonar simplemente
sobre la abundancia
o la falta de rigor.

lunes, octubre 03, 2005

Recado para Violeta Parra

Me acabo de acordar que Violeta Parra nació el 4 de octubre. Y mañana es 4 de octubre. Fue en 1917, lo que quiere decir que ahora tendría 88 años, ¿no? El año pasado organizamos una fiesta para celebrar el cumpleaños. Estaba la Lily García que trabaja cerca mío (nos separa un tabique gris como de panteón) y que es una excelente poeta y cantante. Estaba también Saiko; la cantante del grupo, Denise Malebrán, tiene una voz maravillosa e interpreta ídem. También estuvieron Juan Luis Fuentes, cantor de San Carlos, Iván Latapiat, un músico sensible e hiper creativo, y el cineasta Luis Vera con su documental. El tío Lalo y el tony Canarito, el conchito de los Parra, fueron la guinda de la torta en una fiesta familiar en la que todos eran voluntarios. NADIE GANÓ PLATA! A la Isabel Parra no le gustó que no hubiera plata y que a nadie se le pagara por asistir al cumpleaños. No quiso participar ni dejar que se exhibieran las arpilleras de Violeta o que se mostrara el video que ella tiene de la exposición en el Louvre. ¿Por qué se me ocurrió hacer esa celebración sin plata, sin auspicio, si pagarle a nadie? Tengo la impresión de que Violeta siempre hacía todo con cuatro palos y no andaba por ahí pidiendo plata. ¿Raro no? Que se puedan hacer cosas sin estirarle la mano a nadie, en pleno siglo XXI, el siglo de la economía global en que hasta por recitar sus poemas a uno le pagan.
Pero, ¿será necesario celebrar a Violeta de este modo? ¿Se podrá recuperar su estilo de vida de "avanzar sin transar" y de no venderse nunca? ¿Por qué no seguir cantando Gracias a la vida en todos los idiomas y chao, si es que eso quiere decir "ser universal"? Estoy convencida de que hay en Violeta una ética que es la ética del pueblo, de esa parte del pueblo que permanece aún inmune al exitismo; también está la ética de la artista que se niega a servir a cualquier corte, aunque el costo sea no recibir premios ni becas ni embajadas.
Me gusta la idea de celebrar a Violeta todos los años. Como poeta me parece tanto o más potente que como compositora de canciones o resucitadora del folklore campesino. Pero, claro, cuesta que la incluyan en antologías poéticas. Hace unos años hicieron una de "poesía femenina", ese engendro raro que permite justificar la existencia de mujeres que escriben poesía, y no la incluyeron, por folklorista. Nicanor decía por ahí que la poesía en décimas llegó a Violeta a través de él. Puede ser que él le haya enseñado algo de la Lira popular, pero creo que ese fue más bien un agregado y no la génesis del asunto. Violeta llegó a la décima como llegan todos los poetas populares, a través de las fiestas que se realizan en los patios de las casas humildes. La relación de Violeta con la décima nunca fue académica ni intelectual; hay en sus composiciones un cariz sensual y también una práctica de la rima que, de tanta insistencia, se vuelve natural y virtuosa, al mismo tiempo.
Si me preguntan quiénes son mis poetas chilenas favoritas, inequívocamente respondo que Violeta Parra y Gabriela Mistral. La Mistral fue intensa, escarbó en la hondura de las "cosas", como llamaba ella a casi todo lo que la rodeaba, incluso a las personas, hasta extraer el sustrato salvaje del lenguaje y de las emociones, pero no se atrevió a desafiar a una sociedad que gustaba más de las profesoras abnegadas que de las artistas "liberales". Violeta, en cambio, fue completamente indiferente a las convenciones y creó música y poesía a partir de su propio ser pasional, arbitrario, imperfecto, pero libre.