martes, octubre 04, 2005

A la luz del invierno

Este es el título de uno de los libros publicados por el poeta suizo Philippe Jaccottet. Es un título sugerente, sin contar que el libro es muy bueno. Me quedó dando vueltas. Lo relaciono con otro verso de él: "¿Valía la pena ser semejantes a la luz si no podemos servir de bálsamo cuando el instrumento del dolor penetra a una cierta profundidad?".
"A la luz del invierno" me sirvió para describir la atmósfera de un poema que estaba escribiendo. Y ahora definitivamente lo voy a usar como título. Gracias a Jaccottet me alivia también la idea del corazón que no busca posesión ni victoria.



1
Un secreto nos une:
a la luz del invierno
---–dicho otra vez
contra el curso
de este río transparente–
una frase se enreda
en los ojos abiertos,
para no hablar así
de algo importante
sino de cosas
que luego olvidamos,
y su revés y su fondo
–lo que en ese tiempo
recogimos al tacto–,
una especie de felicidad
con que segar el aire
emborrachados
con el alcohol liviano
del amanecer
a la luz del invierno...

No vuelvo a repetirlo.



2
Demasiado torpe
e ignorante,
y ahora este río
no tiene
sobre qué avanzar,
como una sombra
se agita
entre la maleza
y los insectos
nocturnos, allá
en el fondo: frías
regiones de lucidez.




3
Hasta el leve pulso
de una nota musical
desde el oleaje del cuerpo
–embestida fatal–
en la ribera que baña,
sin flores ni postales,
y el espacio delante de él,
los ojos puestos
a entibiar –otra nota musical–
bajo el sol del invierno
y el goce de este
pensamiento
a pesar de la duda.



4
Un poco de tinta
se cuela en las redes
de la luz, y acerca
de un falso dolor
se levanta, como un humus
profundo, una queja
que armoniza
con las pobres hierbas
del jardín, una víctima
que desconoce
–siendo paciente–
la razón exacta
de lo que se destruye
después de recordarlo.



5
Con poco tesón
soportar el peso
de lo que imaginé:
una balsa
contra el curso
de este río transparente
–nada tan fácil
como esta fragilidad–
en un paisaje de tenues
resplandores
para avistar,
como si todo no fuera
más que un delicado juego,
un par de ojos, dos
piedras arrojadas
contra el tiempo,
la levedad, en fin,
de un deseo
no domesticado.

Así, entonces,
ya no quedan fuerzas
para discernir
al uno frente al otro
y hasta la nieve se consume
con sus trazos azules
como si fuera
una llamarada
bajo un humo penitente.

Y razonar simplemente
sobre la abundancia
o la falta de rigor.