Los Maluenda
El vuelo de un pájaro y la caída de un pájaro encajan
No es fácil encontrar versos tan bien hechos como los del colombiano Emiliano Zuleta. En Chile abundan ejemplos de buenos compositores de versos, de esos que se cantan: Sergio Vera Morales, de Coya, Salvador Pérez Medina, de Chancón, Abel Fuenzalida y Domingo Pontigo, ambos de Melipilla, son algunos. Pero no tenemos acá nada parecido a La gota fría, el único vallenato que “me sé”, con lo poco que conozco de la música y la poesía popular caribeña. Versos sencillos, no fáciles, cantables y bailables, en los que se nos cuenta un duelo, una “piquería”, entre dos decimeros, uno novato –Zuleta- y otro experimentado –Lorenzo Morales-, al estilo de los contrapuntos chilenos entre el patrón y el peón, el diablo y el huaso, etcétera. El duelo entre los dos cantores, que se inició el año 38, con esta canción, duró 9 años.
La insidia no deja de dar la tónica al panorama de la poesía chilena. Y Tomás Harris no quiere quedar fuera de escena. Desde su poltrona en la Biblioteca Nacional desempolva su altavoz de tanto en tanto para salir a la calle (supongamos que el teléfono o el e-mail pueden ser una alegoría de la calle), para protestar, sobre seguro y sin ensuciarse los zapatos, en contra de los poetas de los noventa y los novísimos, de quienes poco o nada ha leído.
Hace más de un mes estuve en Colombia. Y aún no he escrito nada al respecto. Cuesta recuperarse de viajes así. Cuesta decir algo después de ese torbellino de voces, colores, música, olores, sabores... los sentidos se alocan y es difícil volverlos a situar en una medianía saludable. Ahora que miro el gris de una playa cercana a la zona central (nuestras playas son, la mayoría de las veces, grises y frías), recuerdo paisajes rebosantes de tonalidades bajo un sol intenso. En esos paisajes, la historia se ha encargado de montar un escenario atiborrado de grandes triunfos humanos y penosas zozobras, y esto es así aún, porque el día a día de los colombianos tiene mucho de gestas descomunales sobre la naturaleza, pero también de muerte cotidiana. En la región del Cauca, los negritud ha dotado de belleza a sus habitantes, una belleza coherente con el verde de los cafetales y los platanales y que, alentados por el aguardiente de caña, desatan al ritmo de los bailes caribeños.
Aquí se está bien, se siente
Es de noche y no duermo.
¿Busco hacia el sur
Una copla anti–romántica
Días así: no te conozco
El verbo brindar tiene en Chile al menos dos significados. Uno es el que llevamos a la práctica –algunos más seguido que otros– alzando nuestra copa y diciendo “!Salud!”. Los menos tímidos son capaces de lanzar un discursillo en honor del festejado o de los presentes, aunque la mayoría de las veces el agregado es simple: “Por la guagua”, “Por los novios”, “Por mi compadre”, etcétera. El otro acto de brindar consiste en arar el aire con una composición poética llamada brindis, una estrofa recitada que surgió en las ramadas campesinas y urbanas hace más de cien años y que, como muchas de las aficiones del pueblo, hoy goza de perfecta salud.
En arenales
Desambarco de días que se suman a otros días,
1. Quería escribir algo acerca del diablo. En eso estaba cuando vi un grillo que cruzaba el pasillo, cosa nunca vista en este edificio tan “moderno”. Dije en voz alta: “Ahí va un grillo. No lo maten, que trae mala suerte”. Alboroto momentáneo en la oficina. ¿Por qué trae mala suerte?, me preguntan mis colegas. La verdad es que no tengo idea, y lo más divertido es que no sé cómo ni por qué salió esa frase de mi boca. El grillo continuó su camino y se perdió bajo unos muebles. Concluyo que si pedí que no mataran al grillo, para no tentar a la mala suerte, no era yo la que hablaba, sino mi abuela y mi bisabuela, y de ahí para arriba.
Este es el título de uno de los libros publicados por el poeta suizo Philippe Jaccottet. Es un título sugerente, sin contar que el libro es muy bueno. Me quedó dando vueltas. Lo relaciono con otro verso de él: "¿Valía la pena ser semejantes a la luz si no podemos servir de bálsamo cuando el instrumento del dolor penetra a una cierta profundidad?".
Me acabo de acordar que Violeta Parra nació el 4 de octubre. Y mañana es 4 de octubre. Fue en 1917, lo que quiere decir que ahora tendría 88 años, ¿no? El año pasado organizamos una fiesta para celebrar el cumpleaños. Estaba la Lily García que trabaja cerca mío (nos separa un tabique gris como de panteón) y que es una excelente poeta y cantante. Estaba también Saiko; la cantante del grupo, Denise Malebrán, tiene una voz maravillosa e interpreta ídem. También estuvieron Juan Luis Fuentes, cantor de San Carlos, Iván Latapiat, un músico sensible e hiper creativo, y el cineasta Luis Vera con su documental. El tío Lalo y el tony Canarito, el conchito de los Parra, fueron la guinda de la torta en una fiesta familiar en la que todos eran voluntarios. NADIE GANÓ PLATA! A la Isabel Parra no le gustó que no hubiera plata y que a nadie se le pagara por asistir al cumpleaños. No quiso participar ni dejar que se exhibieran las arpilleras de Violeta o que se mostrara el video que ella tiene de la exposición en el Louvre. ¿Por qué se me ocurrió hacer esa celebración sin plata, sin auspicio, si pagarle a nadie? Tengo la impresión de que Violeta siempre hacía todo con cuatro palos y no andaba por ahí pidiendo plata. ¿Raro no? Que se puedan hacer cosas sin estirarle la mano a nadie, en pleno siglo XXI, el siglo de la economía global en que hasta por recitar sus poemas a uno le pagan.