El verbo brindar tiene en Chile al menos dos significados. Uno es el que llevamos a la práctica –algunos más seguido que otros– alzando nuestra copa y diciendo “!Salud!”. Los menos tímidos son capaces de lanzar un discursillo en honor del festejado o de los presentes, aunque la mayoría de las veces el agregado es simple: “Por la guagua”, “Por los novios”, “Por mi compadre”, etcétera. El otro acto de brindar consiste en arar el aire con una composición poética llamada brindis, una estrofa recitada que surgió en las ramadas campesinas y urbanas hace más de cien años y que, como muchas de las aficiones del pueblo, hoy goza de perfecta salud.
Es natural que el brindador sea también un buen tomador. De los antiguos –fines del siglo XIX- José Hipólito Casas Cordero parece haber sido el campeón, a juzgar por la gran cantidad de brindis que compuso. Como muchos de sus contemporáneos, es probable que haya sido un “guachuchero”, alguien que solía tomar guachucho, el aguardiente menos buena que se producía por estos lares.
Los brindis son miniaturas, casi siempre humorísticas; son décimas en las que se prueba el ingenio y la inventiva y que, razonablemente, deberían terminar con un certero remate. Sus autores tienen nombre y apellido, pero ocurre frecuentemente que los buenos versos calan rápido en la memoria y es común oírlos de boca de “repetidores”, a través de los cuales la autoría se desvanece, mientras el verso más se afama. A continuación, unas cuantas muestras actuales de este género. Unas van con rúbrica; otras sin ella, como verdaderos frutos del eco popular.
Brindo, dijo un pirquinero,
Por la pala y la picota;
Voy a brindar por mis botas
Y el serrucho maderero.
Brindo por mi compañero,
Por el apir y contrata;
Brindo por la moza ingrata
Que me niega su querer
Y brindo por mi mujer,
Porque me hace humear la
plata.
(Hugo González, El Pichilemino)
Yo brindo, dijo una bruja,
Por mi escoba y mi sombrero,
Por pájaros mal agüeros,
Por mi ollita y sus burbujas.
Y por el amor que embruja
Por sobre cualquier hechizo,
Yo brindo, con su permiso,
Por mi libro de pociones
Con el que invoco pasiones
Con un brujo que me quiso.
(Juan Araya, Rancagua)
Brindo, dijo un cochayuyo,
Peleando con un lenguado;
Soy mucho más cotizado,
Le decía con orgullo.
Por el feo cuerpo tuyo
Los pitucos y los lesos
Gastan muchísimos pesos
Y por mí no dan ni cobre,
Pero alimento a los pobres
Y valgo harto más por eso.
(Santiago Varas, Pichilemu)
Brindo, dijo un rayuelero,
Por mi lienza afortuná:
Tirando quemás pasás
Voy con mis tejos certero.
Con ellos soy el primero
Y en las canchas se comenta,
Si un partido se presenta
Amigos, yo les adjunto:
Si a mi negra pillo al punto
Me con que le echo el
cuarenta.
(Salvador Pérez, Chancón)
Brindo, dijo un forrajero
Por mis manos y mi horqueta
Alimentar es mi meta
A todo el ganado overo
Mi trabajo con esmero
Día a día lo practico
Y jamás nunca me achico
Porque tengo la ventaja
Que si me falta la paja
Yo mismo me la fabrico.
Brindo, dijo el poroto
a una hermosa pantruca
para las viejas pitucas
yo soy comida de rotos,
y forman este alboroto
porque consideran feo
que les provoque deseos
que se les afloje el aire
como decía mi paire
tanta bulla por un peo.
Brindo, dijo un cicatero
apretao pa comer
yo no tengo ni mujer
gastar mi plata no quiero
como ambiciono el dinero
de memoria juego al loto
me alimento con porotos
que son más baratos, creo
y jamás me tiro un peo
para no gastar el poto.
Unas breves notas sobre los autores que citamos: Juan Araya Jaramillo, oriundo de Curicó, avencidado en Rancagua, tocador de guitarra traspuesta y guitarrón chileno de 25 cuerdas; Hugo González Urzúa, se hizo conocido a nivel nacional como “El pichilemino”; Salvador Pérez Medina, “Salvita”, poeta, cantor y payador de Chancón, al interior de Rancagua, tocador de guitarra, guitarrón y acordeón; Santiago Varas, poeta y cantor rancagüino, hábil compositor de la décima redoblada, el ovillejo y la décima de coleo.