viernes, octubre 28, 2005

Dias asi

Días así: no te conozco
casi no te conozco,
subo por calles
de una ciudad nueva
pero cuesta abajo
como si anduviera
de cabeza
como mi propia sombra
breve y en piquero
hacia las aguas
de la confusión.


Quería un vaso de agua
pero no quería sed
ni manos enguantadas
que cogieran el tallo
espinoso de una maldita flor
de pétalos sedosos
ni nada, nada
nada en toda esta ciudad
que no me da sí
sino hielo
y un viento fuerte
que revuelve los sentidos
hasta la saciedad.


Uno puede comenzar
a amar en días así
–cosa terrible–
e incubar con ello
un monumental dolor
de cabeza
para llevar a casa.
Y desear luego la presencia
de quien se retira de esa bruma
como si nada
–ojos, labios, sombrero
de siete copas
para espantar al sol–
y en otro escenario
piensa después en cosas
en cuántas cosas
pero no en ti.

miércoles, octubre 26, 2005

Brindo, dijo un guachuchero

El verbo brindar tiene en Chile al menos dos significados. Uno es el que llevamos a la práctica –algunos más seguido que otros– alzando nuestra copa y diciendo “!Salud!”. Los menos tímidos son capaces de lanzar un discursillo en honor del festejado o de los presentes, aunque la mayoría de las veces el agregado es simple: “Por la guagua”, “Por los novios”, “Por mi compadre”, etcétera. El otro acto de brindar consiste en arar el aire con una composición poética llamada brindis, una estrofa recitada que surgió en las ramadas campesinas y urbanas hace más de cien años y que, como muchas de las aficiones del pueblo, hoy goza de perfecta salud.
Es natural que el brindador sea también un buen tomador. De los antiguos –fines del siglo XIX- José Hipólito Casas Cordero parece haber sido el campeón, a juzgar por la gran cantidad de brindis que compuso. Como muchos de sus contemporáneos, es probable que haya sido un “guachuchero”, alguien que solía tomar guachucho, el aguardiente menos buena que se producía por estos lares.
Los brindis son miniaturas, casi siempre humorísticas; son décimas en las que se prueba el ingenio y la inventiva y que, razonablemente, deberían terminar con un certero remate. Sus autores tienen nombre y apellido, pero ocurre frecuentemente que los buenos versos calan rápido en la memoria y es común oírlos de boca de “repetidores”, a través de los cuales la autoría se desvanece, mientras el verso más se afama. A continuación, unas cuantas muestras actuales de este género. Unas van con rúbrica; otras sin ella, como verdaderos frutos del eco popular.

Brindo, dijo un pirquinero,
Por la pala y la picota;
Voy a brindar por mis botas
Y el serrucho maderero.
Brindo por mi compañero,
Por el apir y contrata;
Brindo por la moza ingrata
Que me niega su querer
Y brindo por mi mujer,
Porque me hace humear la
plata.
(Hugo González, El Pichilemino)

Yo brindo, dijo una bruja,
Por mi escoba y mi sombrero,
Por pájaros mal agüeros,
Por mi ollita y sus burbujas.
Y por el amor que embruja
Por sobre cualquier hechizo,
Yo brindo, con su permiso,
Por mi libro de pociones
Con el que invoco pasiones
Con un brujo que me quiso.
(Juan Araya, Rancagua)

Brindo, dijo un cochayuyo,
Peleando con un lenguado;
Soy mucho más cotizado,
Le decía con orgullo.
Por el feo cuerpo tuyo
Los pitucos y los lesos
Gastan muchísimos pesos
Y por mí no dan ni cobre,
Pero alimento a los pobres
Y valgo harto más por eso.
(Santiago Varas, Pichilemu)

Brindo, dijo un rayuelero,
Por mi lienza afortuná:
Tirando quemás pasás
Voy con mis tejos certero.
Con ellos soy el primero
Y en las canchas se comenta,
Si un partido se presenta
Amigos, yo les adjunto:
Si a mi negra pillo al punto
Me con que le echo el
cuarenta.
(Salvador Pérez, Chancón)

Brindo, dijo un forrajero
Por mis manos y mi horqueta
Alimentar es mi meta
A todo el ganado overo
Mi trabajo con esmero
Día a día lo practico
Y jamás nunca me achico
Porque tengo la ventaja
Que si me falta la paja
Yo mismo me la fabrico.

Brindo, dijo el poroto
a una hermosa pantruca
para las viejas pitucas
yo soy comida de rotos,
y forman este alboroto
porque consideran feo
que les provoque deseos
que se les afloje el aire
como decía mi paire
tanta bulla por un peo.

Brindo, dijo un cicatero
apretao pa comer
yo no tengo ni mujer
gastar mi plata no quiero
como ambiciono el dinero
de memoria juego al loto
me alimento con porotos
que son más baratos, creo
y jamás me tiro un peo
para no gastar el poto.


Unas breves notas sobre los autores que citamos: Juan Araya Jaramillo, oriundo de Curicó, avencidado en Rancagua, tocador de guitarra traspuesta y guitarrón chileno de 25 cuerdas; Hugo González Urzúa, se hizo conocido a nivel nacional como “El pichilemino”; Salvador Pérez Medina, “Salvita”, poeta, cantor y payador de Chancón, al interior de Rancagua, tocador de guitarra, guitarrón y acordeón; Santiago Varas, poeta y cantor rancagüino, hábil compositor de la décima redoblada, el ovillejo y la décima de coleo.

lunes, octubre 17, 2005

MI CORAZON ENTERRADO

En arenales
en campos sembrados de hortigas
en el cemento hollado de minerales
en cuanta riqueza, que con su paciencia
diurna se desangra
oh, madre, de sagrada medicina
bajo las capas geológicas del dolor
en todos los pozos del mundo
allí, madre,
late mi corazón enterrado.

viernes, octubre 14, 2005

Desembarco de dias que se suman a otros dias

Desambarco de días que se suman a otros días,
el navío extiende sus velas
y tú sostienes el aire con pilares de tiempo.

El navío sin provisiones ancla en tus manos:
ayer es otro día, ayer es menos,
una curva zigzagueante de idas y venidas
entre tu cuerpo y las abstracciones,
más lejos aún de la tersa enredadera
del pensamiento que
con paso de equilibrista
logra exacerbar un momento
y detenerlo,
como se atrapa el viento que discurre
cargado de frases sonoras.

Conserva hoy lo que dijiste ayer,
-apártanos de las omisiones, tiempo bendito-
y el día será un suave desborde
de buques que perduran en los escaparates
del sueño, y en la vigilia migran
hacia días venideros, con la paciente actitud
de un paisaje marino o una sombra.

No hemos hecho otra cosa que comparecer
ante el instante universal que se replica:
a cada momento que huye le sigue otro momento
a cada nombre que digo le aparecen nombres nuevos.
Aplacas el fuego, duplicas el aire
como una llamarada incesante.
Escribo palabras que permanecen intactas,
son insectos que suben
la sinuosa escalera del mañana.

La enemistad no nos impidió amar.
El paso del tiempo no nos impedirá amar.

jueves, octubre 06, 2005

Los grillos y el diablo

1. Quería escribir algo acerca del diablo. En eso estaba cuando vi un grillo que cruzaba el pasillo, cosa nunca vista en este edificio tan “moderno”. Dije en voz alta: “Ahí va un grillo. No lo maten, que trae mala suerte”. Alboroto momentáneo en la oficina. ¿Por qué trae mala suerte?, me preguntan mis colegas. La verdad es que no tengo idea, y lo más divertido es que no sé cómo ni por qué salió esa frase de mi boca. El grillo continuó su camino y se perdió bajo unos muebles. Concluyo que si pedí que no mataran al grillo, para no tentar a la mala suerte, no era yo la que hablaba, sino mi abuela y mi bisabuela, y de ahí para arriba.
Recordé, después, una escena relatada por mi padre: él, adolescente aún, “yacía” cerca de unas matas con una niña, en pleno campo, bajo un cielo estrellado, mientras los grillos cantaban y cantaban, incansables. Se dice que el grillo es símbolo de amor irresoluto e inconstante y también de inteligencia. Mi padre, por lo que cuentan quienes lo conocen de joven, se relaciona, en más de un sentido, con lo que representan esos bichitos cantores.
2. En Alhué, que en mapudungún significa, más o menos, lugar de fantasmas, dicen que habita el diablo, según diversas y conocidas leyendas de la zona. El diablo es un amante burlador que seduce, o simplemente viola, a las niñas, sin hacerlas perder su virginidad. Hace un tiempo leí “Los amores del diablo en Alhué” un libro de Abel Rosales que apareció en la década del 30 y que fue reeditado años atrás. En ese libro se reproduce la historia de unas vírgenes violadas. El amante es un señor de capa y sombrero negro que oculta su cara.
La imagen del diablo como amante supongo que es una cosa muy antigua en el imaginario popular. En algunos relatos su figura adquiere rasgos de humanidad, ya que no solo es amante, sino que también esposo, y, en consencuencia, el diablo convive con su señora diabla. Ambos pueden, incluso, formar una familia y, entonces, la escena se completa con un número indefinido de diablitos, como puede leerse en alguna recopilación de cuentos de Ramón Lalval.
A raíz del entusiasmo que generaron en mí estas sucesivas lecturas surgió la letra de esta cueca, con préstamos del lenguaje de Roberto Parra, un viejo diablo.

EL DIABLO LACHO

El diablo andaba de lacho
con una diabla colorada.
No imaginaba el coludo
que ella era carta marcada.

Pillaron a don Sata
en adulterio.
Lo corrieron a balas
entre los cerros.

Entre los cerros, mi alma,
el patas negras
arrancó con la cola
entre las piernas.

Le quebraron los cachos
al diablo lacho.

martes, octubre 04, 2005

A la luz del invierno

Este es el título de uno de los libros publicados por el poeta suizo Philippe Jaccottet. Es un título sugerente, sin contar que el libro es muy bueno. Me quedó dando vueltas. Lo relaciono con otro verso de él: "¿Valía la pena ser semejantes a la luz si no podemos servir de bálsamo cuando el instrumento del dolor penetra a una cierta profundidad?".
"A la luz del invierno" me sirvió para describir la atmósfera de un poema que estaba escribiendo. Y ahora definitivamente lo voy a usar como título. Gracias a Jaccottet me alivia también la idea del corazón que no busca posesión ni victoria.



1
Un secreto nos une:
a la luz del invierno
---–dicho otra vez
contra el curso
de este río transparente–
una frase se enreda
en los ojos abiertos,
para no hablar así
de algo importante
sino de cosas
que luego olvidamos,
y su revés y su fondo
–lo que en ese tiempo
recogimos al tacto–,
una especie de felicidad
con que segar el aire
emborrachados
con el alcohol liviano
del amanecer
a la luz del invierno...

No vuelvo a repetirlo.



2
Demasiado torpe
e ignorante,
y ahora este río
no tiene
sobre qué avanzar,
como una sombra
se agita
entre la maleza
y los insectos
nocturnos, allá
en el fondo: frías
regiones de lucidez.




3
Hasta el leve pulso
de una nota musical
desde el oleaje del cuerpo
–embestida fatal–
en la ribera que baña,
sin flores ni postales,
y el espacio delante de él,
los ojos puestos
a entibiar –otra nota musical–
bajo el sol del invierno
y el goce de este
pensamiento
a pesar de la duda.



4
Un poco de tinta
se cuela en las redes
de la luz, y acerca
de un falso dolor
se levanta, como un humus
profundo, una queja
que armoniza
con las pobres hierbas
del jardín, una víctima
que desconoce
–siendo paciente–
la razón exacta
de lo que se destruye
después de recordarlo.



5
Con poco tesón
soportar el peso
de lo que imaginé:
una balsa
contra el curso
de este río transparente
–nada tan fácil
como esta fragilidad–
en un paisaje de tenues
resplandores
para avistar,
como si todo no fuera
más que un delicado juego,
un par de ojos, dos
piedras arrojadas
contra el tiempo,
la levedad, en fin,
de un deseo
no domesticado.

Así, entonces,
ya no quedan fuerzas
para discernir
al uno frente al otro
y hasta la nieve se consume
con sus trazos azules
como si fuera
una llamarada
bajo un humo penitente.

Y razonar simplemente
sobre la abundancia
o la falta de rigor.

lunes, octubre 03, 2005

Recado para Violeta Parra

Me acabo de acordar que Violeta Parra nació el 4 de octubre. Y mañana es 4 de octubre. Fue en 1917, lo que quiere decir que ahora tendría 88 años, ¿no? El año pasado organizamos una fiesta para celebrar el cumpleaños. Estaba la Lily García que trabaja cerca mío (nos separa un tabique gris como de panteón) y que es una excelente poeta y cantante. Estaba también Saiko; la cantante del grupo, Denise Malebrán, tiene una voz maravillosa e interpreta ídem. También estuvieron Juan Luis Fuentes, cantor de San Carlos, Iván Latapiat, un músico sensible e hiper creativo, y el cineasta Luis Vera con su documental. El tío Lalo y el tony Canarito, el conchito de los Parra, fueron la guinda de la torta en una fiesta familiar en la que todos eran voluntarios. NADIE GANÓ PLATA! A la Isabel Parra no le gustó que no hubiera plata y que a nadie se le pagara por asistir al cumpleaños. No quiso participar ni dejar que se exhibieran las arpilleras de Violeta o que se mostrara el video que ella tiene de la exposición en el Louvre. ¿Por qué se me ocurrió hacer esa celebración sin plata, sin auspicio, si pagarle a nadie? Tengo la impresión de que Violeta siempre hacía todo con cuatro palos y no andaba por ahí pidiendo plata. ¿Raro no? Que se puedan hacer cosas sin estirarle la mano a nadie, en pleno siglo XXI, el siglo de la economía global en que hasta por recitar sus poemas a uno le pagan.
Pero, ¿será necesario celebrar a Violeta de este modo? ¿Se podrá recuperar su estilo de vida de "avanzar sin transar" y de no venderse nunca? ¿Por qué no seguir cantando Gracias a la vida en todos los idiomas y chao, si es que eso quiere decir "ser universal"? Estoy convencida de que hay en Violeta una ética que es la ética del pueblo, de esa parte del pueblo que permanece aún inmune al exitismo; también está la ética de la artista que se niega a servir a cualquier corte, aunque el costo sea no recibir premios ni becas ni embajadas.
Me gusta la idea de celebrar a Violeta todos los años. Como poeta me parece tanto o más potente que como compositora de canciones o resucitadora del folklore campesino. Pero, claro, cuesta que la incluyan en antologías poéticas. Hace unos años hicieron una de "poesía femenina", ese engendro raro que permite justificar la existencia de mujeres que escriben poesía, y no la incluyeron, por folklorista. Nicanor decía por ahí que la poesía en décimas llegó a Violeta a través de él. Puede ser que él le haya enseñado algo de la Lira popular, pero creo que ese fue más bien un agregado y no la génesis del asunto. Violeta llegó a la décima como llegan todos los poetas populares, a través de las fiestas que se realizan en los patios de las casas humildes. La relación de Violeta con la décima nunca fue académica ni intelectual; hay en sus composiciones un cariz sensual y también una práctica de la rima que, de tanta insistencia, se vuelve natural y virtuosa, al mismo tiempo.
Si me preguntan quiénes son mis poetas chilenas favoritas, inequívocamente respondo que Violeta Parra y Gabriela Mistral. La Mistral fue intensa, escarbó en la hondura de las "cosas", como llamaba ella a casi todo lo que la rodeaba, incluso a las personas, hasta extraer el sustrato salvaje del lenguaje y de las emociones, pero no se atrevió a desafiar a una sociedad que gustaba más de las profesoras abnegadas que de las artistas "liberales". Violeta, en cambio, fue completamente indiferente a las convenciones y creó música y poesía a partir de su propio ser pasional, arbitrario, imperfecto, pero libre.