Los Maluenda
Margarita Maluenda fue mi compañera de curso hasta quinto básico. Trabajaba en el circo, junto con sus padres, tíos, hermanos, etcétera. Para las fiestas de la primavera, había que disfrazarse y ella lucía hermosos trajes: mallas con lentejuelas, medias caladas, zapatillas chicle plateadas. Y montaba números: equilibrio sobre una silla de tres patas, perros y monos amaestrados, rutinas en monociclo. En una de esas fiestas (puede haber sido en tercero o cuarto), yo iba de torero y mi hermana de gitana, Margarita apareció en traje de domadora, con un látigo en la mano, y montada sobre !un elefante! La algarabía era total en el patio de la escuela: todos corrían tras el animal, sobre el cual, a muchos metros de altura, Margarita lucía una peluca afro rubia y mucho maquillaje sobre la cara.
La casa de los Maluenda quedaba a pocas cuadras de la escuela. Un par de veces acompañamos a Margarita para husmear un poco en ese mundo, que ante nosotras parecía cargado de irrealidad y misterio. Sus hermanos, los hermanos Maluenda, aparecían por aquellos días en la televisión, impulsados por el éxito de otros payasos célebres: Chirola, Copucha y Cuchara. Los hermanos Maluenda derivaron en Los Tachuela, unos tonys con trajes a rayas que se daban cachuchazos frente a las cámaras, mientras soltaban unos diálogos dislocados e ingenuos. El Tachuela chico finalizaba siempre sus travesaruas escapándose por entre las piernas del Tachuela grande.
Joaquín Maluenda, el Tachuela grande, representaba para mí, en esos días de escuela, un ícono de libertad. Alto y desgarbado, el joven entraba y salía de la casa a su antojo, con los pies descalzos, como un actor que se pasea tras bambalinas, sin nada que hacer fuera de las pistas. No estudiaba y, lejos de la carpa, no tenía más ocupaciones que salir a la calle a juntarse con amigos y disfrutar del ocio. Al menos eso me parecía.
Muchos años después, lo entrevisté para un documental acerca del circo y la ciudad. Líder del mundo circense, Joaquín Maluenda defendía la máxima que funciona como el motor de este espectáculo de siglos: mientras existan niños, el circo no morirá. Vimos luego los ensayos en la carpa ubicada en San Diego con Santa Isabel: hijos, sobrinos y nietos se sucedían en la repetición de complicadas maromas y acrobacias.
Los Tachuela han recorrido lo mismo América y Europa como una infinidad de pueblos en Chile. En Punitaqui, una calle lleva el nombre de Avenida Hermanos Tachuelas.
A Margarita Maluenda la vi solo un par de veces después de retirarse de la escuela. La última vez, llevaba el pelo rubio y alisado, como una diva de vodevil. No le interesaban ya nuestras anécdotas simples y aniñadas de colegialas. Andaba por rumbos muy lejanos a los nuestros, y yo la imaginé entonces prolongando uno de los números de aquellas fiestas de la privamera en el que, con las piernas cruzadas sobre una alfombra con flecos y vestida con traje de odalisca, simulaba volar por los aires, mientras el locutor pedía aplausos para Sherezade.