A propósito de Diecinueve, “Poetas a la deriva” y Tomás Harris
La insidia no deja de dar la tónica al panorama de la poesía chilena. Y Tomás Harris no quiere quedar fuera de escena. Desde su poltrona en la Biblioteca Nacional desempolva su altavoz de tanto en tanto para salir a la calle (supongamos que el teléfono o el e-mail pueden ser una alegoría de la calle), para protestar, sobre seguro y sin ensuciarse los zapatos, en contra de los poetas de los noventa y los novísimos, de quienes poco o nada ha leído.
Harris es un juez mezquino y lleno de prejuicios. Y su horripilante mezquindad lo ha puesto furioso con la publicación de Cantares y, ahora, con la aparición de Diecinueve, dos antologías, ya se ve, controvertidas. Desacredita a la académica Francisca Lange (a quien por alguna razón extraña llama Patricia), acusándola de tener un escaso curriculum en estas lides, lo cual deja en claro su desconocimiento también en materia de crítica literaria académica.
Tomás Harris quisiera dirigir él mismo todas las antologías poéticas que se hacen en este país. Y no se crea que los poetas sin influencias desconocemos su escaso sentido del decoro y de la justicia. Nadie olvida la canallada cometida en contra de Omar Lara, entre otros. ¿También sindicará a Lara como poeta burgués? Y hablando de poetas como Harris, ¿hay algo menos burgués que contar con un cómodo sillón en un escritorio que protege su “secreto profesional” y un ingreso garantizado por las instituciones, esas que funcionan solas, como reza el eslogan que todos conocemos?
Ah, pero qué bien sabemos los que no vivimos de las instituciones que la vida acá afuera es un descampado hostil, en el que las publicaciones se consiguen realizar a fuerza de mucha voluntad y convicción, ¿para que lleguen a las manos de Harris? Claro que no; para que lleguen a quienes puedan hacerse de ellas, hasta donde alcance el impulso, ojalá lejos, como han llegado los poemarios de Javier Bello y de Andrés Anwandter, por ejemplo.
Las discusiones en torno a las antologías pueden ser muy saludables. Discutir, en este caso, acerca de Diecinueve equivaldría a conocer muy bien la obra de los poetas de los noventa y analizar el criterio con que Francisca Lange realizó su selección; una selección que, no olvidemos, recopila poemas de autores que en promedio tienen algo más de treinta años y, por ello, están escribiendo ahora mismo, sacándole punta a futuras publicaciones, ensayando nuevos registros o repitiéndose, aún no lo sabemos. Por otro lado, sería bueno poner entre paréntesis la crítica sociológica que recurre a etiquetas para calificar un grupo de poéticas distintas, a veces absolutamente opuestas, como introvertidas, replegadas o burguesas. No obstante, la crítica sociológica podría volverse seria si recogiera las palabras de pensadores como Edward Said acerca de las diversas formas en que los procesos políticos afectan a la literatura. El panfleto es una de esas formas, no la única.
¿Y qué hay de las exigencias rupturistas? ¿Es lícito romper con todo en un poema mientras se profita de fondos estatales para financiar la alharaca estética? Mejor que eso es rehuir el cinismo, trabajar como la mayoría de las personas de este país, padecer la cesantía, cuando se da el caso, acometer actos de justicia, sobre todo fuera del papel, celebrar la buena poesía de los compañeros y compañeras de oficio, escribir, con honestidad y sin aspavientos. Es lo que hago. Y, sí, como ocurre con tantos otros poetas de los noventa, han recogido algo de mi poesía en publicaciones españolas, argentinas y colombianas, me están traduciendo en USA y Marilyn Chin y José Kozer me han regalado cumplidos. ¿Por qué? Porque los que de verdad valoramos la poesía solemos ser generosos y no tememos que un poema nos cubra con su sombra. Al contrario, la disfrutamos.
Harris no es una voz autorizada para hablar de los poetas de los noventa. No nos lee, a su cubículo no llegan nuestros libros, muchos de ellos autoeditados, no mantiene vínculos con nosotros, no sabe en qué va la copiosa escritura de Adán Méndez, de Kurt Folch, de Alejandra del Río, de Alejandro Zambra, etcétera. Harris no es Zurita, no es Hernán Miranda, no es Pepe Cuevas. Es Harris, la Nelly Olson de la pequeña casita en la pradera de la poesía chilena.